lunes, 13 de agosto de 2012

La playa y yo.

Siendo de un país tropical es normal que a una chica de mi edad, con mis características y mi estilo de vida le guste la playa, pero no siempre ha sido así, de hecho las etapas han sido muy marcadas.

En la niñez 

Cuando era pequeña y mi mamá me decía que el sábado íbamos a la playa, dejaba todo arregladito desde la noche anterior, dormía y sin que nadie me despertara (cosa que normalmente no ocurría) a las 6 am. me levantaba de la cama como un rayo y salía corriendo a despertar a mi mamá, -confieso tener un flash back de una Naghieli muy niña durmiendo con el traje de baño puesto, pero no aseguro nada jajaja- En fin, la mañana del pequeño viaje (a la Guaira, la mayoría de las veces) me montaba emocionada en el carro, observando atentamente por la ventana, esperaba el anhelado horizonte azul y cuando lograba divisar ese mar chiquito que estaba tan lejos que tenía que arrodillarme en el asiento para verlo (apenas hacia esto escuchaba a mi mamá con voz fuerte: hija siéntate bien, por favor) me quitaba toda la ropa, la camisa, las cholitas, el short y quedaba en traje de baño, emocionadísima, feliz. Evidentemente apenas llegábamos mi primera frase era "mamá vamos a meternos, no está fría, de verdad" y pasaba mi día bañándome cada dos minutos y comiendo pan blanco sin corteza con diablitos o ensalada de tomate y huevo (si, tomate y huevo, era deliciosa aunque parezca una bomba),  luego regresaba a casa, dormida tooodo el camino. 


En la adolescencia 

Cuando crecí un poco se fue transformando la cosa, ya preparar el bolso que llevaría para la playa no era prioridad, la prioridad era afeitarme, depilarme, decolorarme y todo lo que implicaba lucir bien para el día siguiente. Ya para esa época no bajaba con mi primita y mi mamá sino con mi familia y mi novio, entonces la preocupación era buscar la manera de combinar el pareo con el traje de baño, no verme gorda, lucir sexy. La acción al llegar a la playa no era el deseo incontenible de meterme en el mar, en vez de eso extendía una esterilla en la arena y comenzaba a echarme bronceador en todo el cuerpo, para disponerme a ser un pollo a la brasa, que por lo general terminaba como un camarón (horrible). Vale acotar que ellos si (ellos son los distintos novios que han vivido esto conmigo), se metían al mar libremente, peludos, con shores equis, despreocupados (qué injusto). Claro que todo esto hizo que mi gusto por la playa ya no fuera el mismo, sólo pensar en ir me daba flojera (siempre he sido muy peluda, se podrán imaginar el trabajón), además que el bronceador hacía que me molestara un poco más de lo normal la arena y definitivamente las quemaduras de tercer grado que siempre me ganaba, no eran nada agradables. Deje de ir frecuentemente, dejó de emocionarme el mar. 


Ahora 

Esa etapa pasó, ahora me relaciono con el mar de una manera distinta. Ya dejó de importarme la estética playera (si, soy un desastre), me gusta ir y tomar sol a veces, bañarme cada vez que siento calor, eso si no hay una sopa de gente en el mar, de esa que te hace sentir que con cada ola vas perdiendo un poco de espacio personal y de dignidad. Voy, cuando me preparo psicológicamente, porque por lo general casi nunca puedo hacer esos viajes mágicos a Choroní y termino en Naiguatá, donde las playas son territorio del vallenato y el reggaeton, de los hilos en traseros muy grandes y de la multitud que le encanta ser multitud. 
Igual respiro profundo y entonces me complacen otras cosas, las buenas cervezas con chicharrón picante, la buena compañía, los buenos chismes jeje y entonces, las veces que logro pasarme el suiche y decido que no me molesta pagar 70 BSF POR UNAS  PICHE DE SILLAS!!! me siento bien, cuando me relajo e ignoro la música a todo volumen  y las cinco motos que por lo general tengo al lado, vuelvo a disfrutar (de otra manera claro) de ese mar que me encantaba cuando era niña. 

BlogESfera. Directorio de Blogs Hispanos

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