martes, 6 de noviembre de 2012

Un primer día de clases

Hace aproximadamente un mes comencé un taller, ustedes saben, para aprender a escribir mejor. Lo terminé ayer, fue una experiencia muy chévere, aprendí, quedé con una lista larguísima de libros por comprar/leer y compartí con personas realmente especiales. Después de 24 horas de clase, distribuidas en unos cuantos lunes, publico la impresión que tuve el día 1, lo escribí el primer día de clases, porque la verdad fue muy particular: Salí de mi trabajo a un cuarto para las 6, metí las botas de tacón en el bolso y me puse los zapatos deportivos porque debía caminar rápido. Esquivando a las personas, zigzagueando entre los carros, llegué al edificio a las 6:55, faltaban 5 min, me moría de hambre, así que crucé la calle para buscar algo de comer, opté por un sándwich de salchichón, que venia en una bandeja de anime –súper incómoda- cubierto con envoplast. Sin esperar lo abrí como pude y le metí un mordisco, antes de tocar el timbre me detuve en las escaleras, me senté y rápidamente me puse las botas de nuevo. Ya más arreglada llamé a la puerta, entro a la oficina y procedo a pagar (me había enterado del curso ese mismo día y aparté el cupo por teléfono), apenas me dan el papelito de transacción exitosa, entra una señora de unos 60 años con cara de horror, diciendo dramáticamente: “¡¡¡¡Necesito un café con uurrrrgencia, el profesor se está quedando dormido, está ido, le estoy preguntando algo y está en otro planeta!!!!” Pelé mis ojotes, miré confundida a la chica que me acababa de cobrar y le dije con arrepentimiento: coño y ya pagué. Cuando al fin me atrevo a entrar al salón, tenía sentimientos encontrados, no sabía si sentía curiosidad o miedo, al abrir la puerta me encuentro con un panorama bastante particular: el profesor de un lado, (es un poco raro ponerle rostro al nombre, había leído cosas de él, pero nunca me había dado la tarea de ver cómo se veía) estaba sentado sobre un escritorio con unos cuantos libros y del otro lado sólo habían dos personas, la señora efusiva que pidió el café y un señor de más o menos la misma edad que hablaba de Afganistán, Pakistán o algo por el estilo. Me siento, el pupitre diminuto no me dejaba sentirme cómoda, apenas cabía mi cuaderno. A medida que pasaba la clase trataba de concentrarme, pero lo único que hacía era observar a mis compañeros como la espectadora de una obra de teatro, me daba risa, en algún momento, cuando salgo de mis pensamientos escucho que el profesor le dice al señor “ahora, sólo por decir eso te toca servir el café”, “¿cómo no?” responde el otro pintorescamente, se para, me ofrece café, lo pido sin azúcar, le extiende uno a la señora, pero ella contesta amargamente: “no, yo no quiero”, a él no parece importarle el evidente rechazo y se lo ofrece al profesor, acto seguido se lleva un vasito al pupitre, se sienta y lo derrama sin querer en el suelo, un desastre, yo no puedo evitar reírme, era súper divertido, se levanta la señora exaltada cual mamá “espérate yo lo recojo”, el señor no la deja, comienzan a dar torpes pasos alrededor del pupitre lleno de café, ambos se dirigen a la puerta, quieren pasar por ella al mismo tiempo, regresan saltando nerviosos con servilletas, ella se agacha y le golpea levemente el pie: “quítate, que está mojado” él se obedece y se sienta. Comienza la clase. El profesor introduce: “El tema es lo más importante en una crónica, tal vez en otros géneros no importe, pero aquí el tema a elegir es esencial, es la columna vertebral de la crónica”, el señor (que de ahora en adelante llamaremos “señor canoso”) dice: “ahh ¿o sea que lo más importante en una crónica es el tema, y hay que saberlo elegir porque es la columna vertebral de la crónica?”, cara de confusión del profesor, silencio, el señor canoso lo mira esperando una respuesta, con una ansiedad de aprender incontenible, “si” responde secamente el profesor, casi a punto de reírse, el señor canoso anota en su libretita. Continúa la clase y no sé por qué razón, la señora eufórica del café, dice luego de una intervención del señor canoso, muy regañonamente, mirándolo con reproche: “Si, entiendo, pero yo he aprendido a quedarme callada y escuchar PARA APRENDER”, increíble, el señor no se da por aludido, aun cuando toda la clase sabe que es con él (ah porque había llegado otro chico, que tiene muchas referencias literarias, pero interviene poco, parece conocido/amigo del profesor). La clase sigue, el profesor dice: “hay que buscar un tema que despierte curiosidad, no sé, ¿por qué Cristiano Ronaldo está triste?” repite esta pregunta varias veces, dramatizando un poco, jugando, tanto que la señora efusiva le pregunta con lastimita “ay ¿por queeé?” yo suelto una carcajada, no pude evitarlo, el profesor contesta asombrado, pero sonriendo “no sé, es un ejemplooo” Todas estas situaciones se fueron repitiendo mientras se desarrollaba la clase, llega el final 8:05pm, veo el reloj y pregunto como quien no quiere la cosa: “oye, yo juraría que la clase era hasta las 8:30”, el profesor, inmutable, muy seriamente, con una cara muy parecida a la protagonista de la serie Daria de MTV, me contesta: “a las 8:30 estaré viendo Expedientes Secretos X”, pele mis ojotes de nuevo, mientras en mi mente pasaba gritadísima una sola pregunta: ¿ESTOOO ES EN SERIOOO?

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