miércoles, 4 de septiembre de 2013

La guerra que ignoraba





Era un día de diligencias, llegué al Hospital Domingo Luciani casi a las cuatro de la tarde, sudada, acelerada porque no sabía hasta qué hora me dejarían pasar. Comencé a buscar la puerta de emergencia, par de militares estaban colocados estratégicamente en los torniquetes. 
Me aproximo sin detenerme demasiado (con el tiempo he aprendido que a los militares si los ignoras es mejor), pero este señor de atuendo verde se atravesó, me miró descaradamente los senos, yo incómoda, lo observaba, él seguía hasta que aparentemente se cansó de buscar, -soy 32B, no hay nada que buscar- me miró (al fin a la cara) y me dijo: 
-Así no puedes pasar. 
Yo obstinada, le malandreo un poquito: 
- ¿Así cómo vale? 
-Tienes que ponerte un suéter. 
-¿Disculpa? (mi asombro no era normal, yo creo que ni en la iglesia me piden que me ponga suéter, además NO TENÍA ESCOTE, sólo era una camisa de tiritas, recta y equis en la vida)
-Si, ¿no tienes suéter?

Respiré profundo, qué voy a estar teniendo suéter si estamos como a mil grados, qué me iba a imaginar que debía salir de mi casa con un suéter, para poder entrar a un hospital de puritanos a los que una camiseta deportiva les parece vulgar o demasiado reveladora. 

Me hice a un lado, salí indignada y llamé a mi tía (su amiga me estaba esperando en el hospital):
-Tía no me dejan entrar, es absurdo, y que porque tengo una camisa de tiritas, es insólito ¿tu amiga no me puede bajar un suéter o algo?
-Ay a mí se me olvidó decirte, ellos son así, déjame llamar a mi amiga para que baje a buscarte, tranquila.

Colgué y un chico, aparentemente de seguridad del hospital, había escuchado toda mi conversación y me dice:

-¿Coño mami no te dejaron entrar? Es que esas son las reglas, hubiera estado yo y te dejo pasar, pero esos guardias se ponen gafos. 
- Me parece una estupidez esa regla ¿¿y si tuviera una cita médica o algo?? 

Me descargué un rato con el chico y me fui a la puerta a esperar a la amiga de mi tía. Al fin llegó, con una chaqueta del mismo hospital, me la puse y me sentí poderosa, le pasé por un lado al militar y me provocó sacarle la lengua o algo, le dije -mentalmente- una cantidad considerable de insultos y seguí de largo, apenas pasé la puerta, comencé a sentir lo que me esperaba. 


No sé si es porque NUNCA había estado en un hospital o porque soy muy impresionable, pero lo que vi fue realmente impactante. Caminé unos pasos y a mi izquierda estaba una mujer hablando por teléfono, se cogía el pelo como peinándose fuertemente, caminaba de un lado a otro desesperada, las lágrimas ya no salían, se veía que tenía toda la noche llorando y que le había tocado la amarga tarea de avisar a todos sobre una muerte.

Sí, diariamente leemos en los periódicos cifras alarmantes sobre fallecidos y accidentes, pero esto se trataba de conocer una parte bastante lamentable de los hechos: el sufrimiento de los familiares, era como ver en vivo y en movimiento, esas fotos amarillistas que a veces salen en las páginas de sucesos, en donde hay mujeres llorando, familias enteras con caras de desesperación. 

Seguí caminando, tratando de actuar naturalmente, llegamos a la oficina de trabajo social y justo antes de ir a emergencias (en donde realmente podían ayudarme) entró una señora, yo no pude entender mucho, pero la historia era como que su hijo era drogadicto, ella tenía tiempo que no lo veía, pero luego apareció y robaba, la verdad es que no recuerdo bien, pero todo era bastante dramático y lamentable, la señora estaba desconsolada. 

Luego de unos 20 min, bajamos a emergencias, la amiga de mi tía me dice con voz serena: 
-Ay Naghieli no te vayas a impresionar, este es un hospital de guerra, estamos en Petare. 
-OK (respiré profundo y caminé guapeando, pero con miedo, repito: soy impresionable). 

Apenas bajamos el olor cambió, ya no olía a hospital sino a carnicería, nunca me ha gustado ese olor, es como una mezcla entre carne y sangre, huele como a crudo, a herida abierta. Pasé por el pasillo principal y trataba de no mirar ni escuchar mucho, entre la rapidez con la que pasaban los médicos y la gente que estorbaba en el lugar, tuvimos que apartarnos y ponernos en un huequito, entre camillas; esperábamos a un doctor específico y mientras, yo trataba de concentrarme en la voz de la amiga de mi tía y no en el llanto o los gritos, algunos se escuchaban más cerca que otros.

En algún momento me distraje y miré la camilla que estaba a mi izquierda, un señor irreconocible tenía dos mujeres a su lado, estaba casi desnudo, desfigurado a golpes o por un accidente, sus ojos hinchados tenían sangre seca, no hablaba, sus acompañantes lloraban y agarraban su mano. Al lado otra señora llorando, frente a mí una chica muy joven perseguía a un doctor, con lágrimas en los ojos también, ella le reclamaba desesperada “que una enfermera le rompió los récipes médicos y ahora nadie le quería dar otros, que tenía al hombre en cama”; el doctor le dijo que esperara, con la frialdad de los que cobran los tickets de estacionamiento, sin importarle nada, y es que claro, los doctores y empleados de ese lugar deben estar tan acostumbrados al llanto, a la desesperación, es un dolor que si no te blindas, se te queda en la ropa, te lo llevas para tu casa. Yo no, yo no me blindé y estaba que lloraba con ellas, me dieron ganas de salir corriendo, de cerrar los ojos y taparme los oídos.

Me imagino que así son las guerras, despiadadas, te sacan las lágrimas a coñazo limpio, hasta que no hay más, no hay nada que llorar, ya en este país estamos blindados, por más fotos y noticias que veamos, no nos afecta. El suceso que leímos en el periódico mientras nos comíamos el pancito que mojamos en el café, se nos olvidó cuando agarramos el carrito por puesto, alguno que otro titular se atraviesa en el “últimas noticias” que lleva nuestro compañero de viaje, pero se nos olvida, tanto que no sabemos que estamos en guerra. Hasta que por mala suerte se llega al pasillo de emergencias del Domingo Luciani, un jueves a las 4 de la tarde, a partir de allí, es imposible ignorarlo.






2 comentarios:

Daniel Córdova Z dijo...

Buen intento de crónica en lo formal, pero en el fondo te muestras demasiado cándida e ingenua. La naturalización de la violencia que te impedía ver realidades como estas, tiene tanto tiempo ocurriendo, que el problema no es que ocurra, sino por qué, desde cuándo y a dónde? De todos modos me contenta que hayas empezado a abrir los ojos, solo que ni siquiera has visto la punta del Iceberg, si de verdad viéramos toda la mierda que hay en el mundo, tendríamos que meternos en una bóveda de máxima seguridad. La humanidad se ha deshumanizado tanto, que el trabajo de humanizarla luce demasiado cuesta arriba. Gente como tu hace falta pero con la mira más afinada. Saludos.

Pili Biarge dijo...

Naghieli, escribes hermoso, me gustaría escribir como tú. Por favor, ¿por qué un hospital de guerra? ¿se refiere a qué es una zona peligrosa?
Pili Biarge
www.cuadernodemaestra.es

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