martes, 15 de octubre de 2013

La complicidad



Siempre he tenido discusiones porque las personas dicen que tengo más sensibilidad por los animales que por los humanos, si bueno, tal vez sea cierto o no, pero la verdad es que una de las razones por las que he llorado más en las calles de caracas es por los perros y gatos callejeros. Es raro, tal vez muchos lo ven inhumano (irónicamente), porque no lloro por niños o viejitos indigentes, pero uno no elige las cosas por las que sufre, uno sufre y ya. Así, latinamente, femeninamente: sufre.
En fin, hace unas semanas llegué a una ciudad desconocida, en donde se dice que no hay perros callejeros (los matan supongo), y si, en el tiempo que he estado aquí no he visto ni uno, alguno que otro gato, pero nada para alarmarse, nada que me haga llorar pues. En cambio, en el metro, se monta gente a pedir, es normal por la afamada y temida “CRISIS”, es muy común ver personas de todas las edades cantando y hasta actuando para pedir unas cuantas monedas en los vagones, no les va mal, sobre todo en temporada, definitivamente los españoles que también están en CRISIS ni les prestarán atención, pero los turistas, sobre todo los del norte de Europa, se divierten y hasta sienten compasión por algunos.
La otra noche venía camino a casa, con un poco de mi paranoia caraqueña, eran ya casi las 12,  y se montó a pedir una mujer de unos 35 años, no le presté mucha atención, hasta que vi al perro (ahí entro a escena mi excesiva sensibilidad por los animales), era un cachorro de raza grande, que ella cargaba en brazos aún cuando no había necesidad alguna de hacerlo. Me puse nerviosa ¿para qué lo cargaba? ¿Le iba a hacer algo? Comencé a verla detenidamente, estaba muy golpeada en la cara, se le notaba cansada, pero cargaba al cachorro como quien utiliza a un niño para pedir, como esas mujeres que se tiran en una esquina con un bebé para dar más lástima. ¿Sería posible que esta fuera su intención? La chica me tenía intrigada, me le quedé mirando, prestando mucha atención, avanzaba por el vagón pidiendo monedas y cuando pasaba frente a algún rubio con pinta de ruso o noruego decía:
- “Please, a coin, I need food”.
-“Coñooo aquí hasta los indigentes están globalizados”, me dije a mi misma, no pude evitar que se me escapara una risa, me sorprendió mucho.
La mujer siguió caminando, yo no le quitaba la mirada de encima (vigilaba al perro obviamente), y cuando llegó a la otra parte del vagón, se detuvo y bajó al perrito, yo me asomé para ver mejor lo que ocurría y vi a un hombre, muy desaliñado, descalzo con sus zapatos a un lado, hablando con ella, no sé qué le dijo pero ella se quedó embelesada, se sentó, el hombre se acercó y acarició al perro,  empezaron una conversación amena aparentemente. Después de unos minutos observándolos, el cachorro dejó de importarme, ese gesto entre ellos me enterneció, era como un coqueteo, una complicidad, tal vez simplemente encontraron en el otro a alguien que de verdad deseaba escucharlos.
Llegué a mi estación, aun chismoseando qué pasaba al otro lado del vagón,  me bajé sonriente, tal vez se conocían y yo me estoy creando esta historia en mi cabeza, pero qué lindo es pensar que en medio de esta ciudad indetenible, en donde nadie mira a nadie, los invisibles puedan encontrarse y mirarse a los ojos, aunque sea unas cuantas estaciones. 

3 comentarios:

Pili Biarge dijo...

A menudo me paro a pensar, que eso del enamoramiento le pasa a todas las personas. Se enamoran las ancianas, las jovencitas y las ya maduras. Se enamora la gente importante, los funcionarios, los viejitos de la residencia, los presos y los mendigos. Gente fuerte, guapa, no tan agraciada,…. ¡Y no es un sueño!
Pili Biarge
www.cuadernodemaestra.es

marianna dijo...

eres demasiado linda.

nag dijo...

Y tu una bella! 😁

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