Hace unos cinco años estaba
paseando por un centro comercial de Caracas y entré a una lujosa librería, de
esas que tienen de todo: los libros tapa dura que nunca hubieses imaginado que
existían, las ediciones especiales con ilustraciones espectaculares, las
libretas hermosas y carísimas, en fin, un paraíso. Yo, como no tenía trabajo,
veía las estanterías como una niña pobre, con la resignación de que tendría que
esperar años para comprarme uno de aquellos títulos.
Después de una hora paseando por
los pasillos y de que los vendedores pensaran que planeaba robar algo, me
encontré con el libro más hermoso que he visto, mi autor favorito, Julio Cortázar,
editado increíblemente por Galaxia Gutenberg, el tomo reunía la mayoría de sus
cuentos, con una tapa dura, cubierta por una foto de su estampa más juvenil y buenamoza,
justo como habría soñado conocerlo. En el interior, suaves páginas que se
transparentaban, delgadas y finas, todo era tan lujoso. Emocionada, a punto de
hiperventilar comencé a buscar el precio, mi corazón latía muy fuerte, me
sudaban las manos, no lograba encontrar los números que - sin importarme las
consecuencias- me harían endeudarme con la extensión de la tarjeta de crédito
de mi mamá. Fue inútil, con vergüenza (ya los vendedores me miraban feo) me
acerqué a la caja y pregunté cuánto costaba, de repente hubo un silencio, el
pitido del lector pasando por el código de barras marcó el momento exacto en el
que mi corazón se partió en dos, “cuatrocientos ochenta bolívares” dijo la
chica, como quién da el precio de un caramelo barato.
Sé que en este momento con la
inflación y la situación del país eso no es nada, sin embargo para mí, en ese
instante fue como si costara millones, no podía pagarlo, no podía permitírmelo.
Salí de la tienda llena de cólera, maldije a todas las distribuidoras de
libros, hablé con Julito mirando al cielo, diciéndole que por qué no podía
tener su obra, por qué era tan cara si yo la quería tanto.
Como yo nunca me quedo tranquila,
frustrada empecé a buscar por Internet alguna versión que me diera lo que quería, pero a un precio más asequible claro. Luego
de horas y horas frente a la, di con una edición de Alfaguara, que se ajustaba
a mis necesidades (vale acotar que, años después, encontraría todos los libros
de Cortázar como arroz en cada esquina, pero cómo saberlo en ese momento).
Todo salió perfecto, la tarjeta
de crédito pasó, pagué en bolívares, envío de 3 a 5 días hábiles, no era la
edición de lujo, pero podría leerlo, que era lo más importante. Llegó el
maravilloso mensaje de que mi paquete está en DHL. Le pedí a un amigo que me
llevara, porque quedaba en una zona industrial, emocionada busqué el paquete y
cuando lo abrí, para mi sorpresa, estaba la edición de Galaxia Gutenberg, la
lujosa por la que maldije y sentí odio por el mundo. No lo podía creer, era
como estar en un cuento, era un milagro “cortaciano”.
De repente, para agregar más
drama al asunto, en vez de pensar que era suerte y quedarme tranquila, se me
ocurrió que tal vez había sido un error y que como no era el libro que había
pedido debía devolverlo o sino lo cobrarían completo a la tarjeta de mi mamá. Aún con la caja de DHL en la mano, llegué a la
tienda y la chica me dijo despreocupada “ah, es que confirmamos que lo teníamos,
pero no era así y como ya habías pagado, te mandamos ese, deberías estar
contenta, saliste ganando porque este es mucho más caro”. Abracé el libro a mi
pecho, ratificando que de verdad me pertenecía, evidentemente, años después fue
uno de los pocos que cruzó el mar conmigo.
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