“Un regalo es la oportunidad de decirle a una persona que la conoces, no se puede desperdiciar regalando cualquier cosa”
Marco Amarista
Este es un relato basado en
hechos reales. No, no me pasó a mí, le pasó a una amiga. Sí, en serio, a una
amiga.
Hace 16 años
Fui
una gorda en mi adolescencia, si hay un momento inoportuno para ser gorda es
ese. Cuando eres pequeña es simpático, eres una gordita tierna, cuando eres
adulta te importa muy poco y si lo sabes llevar bien, hasta puede ser un
distintivo de personalidad y –otra vez- simpatía; pero cuando eres adolescente,
padeces la gordura como una enfermedad desagradable e incurable, sientes que
vas a ser gorda toda la vida, que odias tu cuerpo, en fin, todo terrible, todo
mal.
Cuando
tenía 17 años trabajaba en un pueblo y mi casa estaba bastante lejos, todos los
días mi trayecto se hacía más pesado, pensaba repetidas veces que necesitaba un
medio de transporte, una moto tal vez, en ese momento muchos las tenían,
parecían cómodas y podían resolverme bastante la vida. La idea se me metió en
la cabeza y lo cierto es que estuve un año entero diciendo repetidamente en
casa “quiero una moto, quiero una moto, quiero una moto”, y justo cuando
ya estaba a punto de rendirme, mi padre me llevó a ver una, usada, de un color
bastante poco atractivo (recuerdo que era marrón ¡ese no es color para una
moto!), al preguntarme si me gustaba, cometí el error adolescente de decir no, no me gusta, evidentemente me
arrepentí a los tres días, pero ya era demasiado tarde << papá, sabes que
lo estuve pensando mejor y si quiero la moto, la necesito>>. <<No,
tú dijiste que no te gustaba, no te voy a comprar algo que no te gusta>>.
<<si, pero eso fue antes de pensarlo mejor, sí que la quiero papá, en
serio>>. <<No, tú no la quieres, además ya te he comprado algo
mejor: ¡una bicicleta eléctrica!>>. Silencio. Grito internamente. Nada,
nada puede ser peor que una bicicleta eléctrica.
Tuve
que usar la Bicicleta, me sentía ridícula al estar en un limbo, no eres
ciclista porque necesitas un motor “para vagos” que empuje tu culo, porque eres
gorda y lenta, ni eres una chica cool con moto. No, es que eres la gordita de
la bicicleta que todo el mundo ve y piensa mira,
que si pedaleas un ratico igual te viene bien y adelgazas un poco nena. Mal,
muy mal. Lo peor del asunto es que sumado a todo esto, el motor de la bici se
detenía siempre a mitad de camino y finalmente tenía que pedalear, era un
trauma, tenía que detenerme respirar profundo y hacer el doble de esfuerzo del
que haría si fuera una bici normal, porque es que era pesada como yo, y ya eso
es mucho decir. La deje, no la monté más y la bici eléctrica se quedó sólo como
un trauma de mi adolescencia.
La
semana pasada
Desde hace tres años tengo
novio, él es… especial, incomprensible, muy él. Yo estoy claramente en la
crisis de los 30. No sé qué quiero, cómo lo quiero o dónde lo quiero, hay una
voz en mi cabeza que me dice que tengo que hacer algo diferente con mi vida,
que no estoy en el lugar que debería, que puede que haya algo que encaje mejor
conmigo y dentro de todas esas cosas que me cuestiono está, por supuesto, mi
novio.
Tengo un coche, claro que
tengo coche, después de ese trauma, no me quedaron ganas de moto ni de nada,
nunca me ha dado problemas graves, pero él es, como me imagino que debe ser un
hijo, una fuente de gastos, y la semana pasada tuve que gastar 700 euros en
repararlo, fue terrible, no lo tenía contemplado, además que trabajo fuera de
la ciudad y los días de reparación (que fueron muchos) hicieron que a mi
jornada se le sumaran dos horas y media de trayecto sudoroso y apretado en el
tren.
Mi novio, especial e
incomprensible, llegó a mi casa ayer con un regalo. <<Sé que has tenido
días difíciles con esto del coche, y por eso he pensado en comprarte un regalo>>,
Me dio ternura, claro, es que estamos mal, a veces nos odiamos bastante y en
silencio, entonces ese gesto me pareció un intento, una bandera blanca, un “te
amo y lo estoy intentando”. Me invita a salir de la casa, yo aún intrigada veo
una bicicleta, pero no cualquier bicicleta, ¡¡UNA PUTA BICICLETA
ELÉCTRICA!! Arranco a llorar, él me mira
como el que mira algo incomprensible, y yo sólo alcanzo a decir entre pucheros
y hipeos ¿¿¿¿Por qué!!!!??? ¿¿Por qué me
regalas esto?? él se pone serio y “se eleva a Maestro” diciendo <<Mi
amor, es que yo conozco tu historia de cuando eras adolescente y quiero
ayudarte a superarla, los traumas hay que superarlos>> Lloro, lloro
desconsoladamente, le doy cuatro gritos y me doy la vuelta, pero veo una rosa
en la ridícula cestita frontal del regalo en cuestión, cuando me acerco no es
cualquier rosa, es LA ROSA, la única rosa que había crecido en el rosal de mi
jardín. No puedo hablar, quiero golpearlo, pero me voy al cuarto y cierro la
puerta. Me habla desde afuera <<Mi
amor, pero quién te entiende, ya no sé qué hacer, nada te gusta, todo te
molesta>>. Claro, él es la víctima y yo una loca de atar ¿no? Pues no,
ante estos casos no se puede empatizar, lo siento.
Días después conversamos
<<Mi amor es que ¿cómo te vas a molestar por un regalo?>>.
<<Es que elegiste el peor regalo ¡no me conoces! O mejor dicho, me
conoces y lo usas en mi contra, ¡eres un bruto! ¿Por qué no eres romántico?
¿Por qué no me regalas un ramo de flores? no sé>> << A ti no te
gustan los ramos de flores, siempre lo dices>> <<Cierto, pues
regálame otra cosa, qué poco detallista eres>>. << ¿Quién te
entiende? Ni tú te entiendes>>
Ante esta situación lo único
que se me ocurrió fue irme a un retiro de meditación y yoga, necesitaba
alejarme de él, aunque sí, seguimos juntos y por supuesto que devolvió la
bicicleta.
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