viernes, 4 de noviembre de 2016

Hay regalos que molestan





“Un regalo es la oportunidad de decirle a una persona que la conoces, no se puede desperdiciar regalando cualquier cosa”
Marco Amarista


Este es un relato basado en hechos reales. No, no me pasó a mí, le pasó a una amiga. Sí, en serio, a una amiga.

Hace 16 años

Fui una gorda en mi adolescencia, si hay un momento inoportuno para ser gorda es ese. Cuando eres pequeña es simpático, eres una gordita tierna, cuando eres adulta te importa muy poco y si lo sabes llevar bien, hasta puede ser un distintivo de personalidad y –otra vez- simpatía; pero cuando eres adolescente, padeces la gordura como una enfermedad desagradable e incurable, sientes que vas a ser gorda toda la vida, que odias tu cuerpo, en fin, todo terrible, todo mal.
Cuando tenía 17 años trabajaba en un pueblo y mi casa estaba bastante lejos, todos los días mi trayecto se hacía más pesado, pensaba repetidas veces que necesitaba un medio de transporte, una moto tal vez, en ese momento muchos las tenían, parecían cómodas y podían resolverme bastante la vida. La idea se me metió en la cabeza y lo cierto es que estuve un año entero diciendo repetidamente en casa “quiero una moto, quiero una moto, quiero una moto”, y jus­­­­­to cuando ya estaba a punto de rendirme, mi padre me llevó a ver una, usada, de un color bastante poco atractivo (recuerdo que era marrón ¡ese no es color para una moto!), al preguntarme si me gustaba, cometí el error adolescente de decir no, no me gusta, evidentemente me arrepentí a los tres días, pero ya era demasiado tarde << papá, sabes que lo estuve pensando mejor y si quiero la moto, la necesito>>. <<No, tú dijiste que no te gustaba, no te voy a comprar algo que no te gusta>>. <<si, pero eso fue antes de pensarlo mejor, sí que la quiero papá, en serio>>. <<No, tú no la quieres, además ya te he comprado algo mejor: ¡una bicicleta eléctrica!>>. Silencio. Grito internamente. Nada, nada puede ser peor que una bicicleta eléctrica.
Tuve que usar la Bicicleta, me sentía ridícula al estar en un limbo, no eres ciclista porque necesitas un motor “para vagos” que empuje tu culo, porque eres gorda y lenta, ni eres una chica cool con moto. No, es que eres la gordita de la bicicleta que todo el mundo ve y piensa mira, que si pedaleas un ratico igual te viene bien y adelgazas un poco nena. Mal, muy mal. Lo peor del asunto es que sumado a todo esto, el motor de la bici se detenía siempre a mitad de camino y finalmente tenía que pedalear, era un trauma, tenía que detenerme respirar profundo y hacer el doble de esfuerzo del que haría si fuera una bici normal, porque es que era pesada como yo, y ya eso es mucho decir. La deje, no la monté más y la bici eléctrica se quedó sólo como un trauma de mi adolescencia.

La semana pasada     

Desde hace tres años tengo novio, él es… especial, incomprensible, muy él. Yo estoy claramente en la crisis de los 30. No sé qué quiero, cómo lo quiero o dónde lo quiero, hay una voz en mi cabeza que me dice que tengo que hacer algo diferente con mi vida, que no estoy en el lugar que debería, que puede que haya algo que encaje mejor conmigo y dentro de todas esas cosas que me cuestiono está, por supuesto, mi novio.
Tengo un coche, claro que tengo coche, después de ese trauma, no me quedaron ganas de moto ni de nada, nunca me ha dado problemas graves, pero él es, como me imagino que debe ser un hijo, una fuente de gastos, y la semana pasada tuve que gastar 700 euros en repararlo, fue terrible, no lo tenía contemplado, además que trabajo fuera de la ciudad y los días de reparación (que fueron muchos) hicieron que a mi jornada se le sumaran dos horas y media de trayecto sudoroso y apretado en el tren.
Mi novio, especial e incomprensible, llegó a mi casa ayer con un regalo. <<Sé que has tenido días difíciles con esto del coche, y por eso he pensado en comprarte un regalo>>, Me dio ternura, claro, es que estamos mal, a veces nos odiamos bastante y en silencio, entonces ese gesto me pareció un intento, una bandera blanca, un “te amo y lo estoy intentando”. Me invita a salir de la casa, yo aún intrigada veo una bicicleta, pero no cualquier bicicleta, ¡¡UNA PUTA BICICLETA ELÉCTRICA!!  Arranco a llorar, él me mira como el que mira algo incomprensible, y yo sólo alcanzo a decir entre pucheros y hipeos ¿¿¿¿Por qué!!!!??? ¿¿Por qué me regalas esto?? él se pone serio y “se eleva a Maestro” diciendo <<Mi amor, es que yo conozco tu historia de cuando eras adolescente y quiero ayudarte a superarla, los traumas hay que superarlos>> Lloro, lloro desconsoladamente, le doy cuatro gritos y me doy la vuelta, pero veo una rosa en la ridícula cestita frontal del regalo en cuestión, cuando me acerco no es cualquier rosa, es LA ROSA, la única rosa que había crecido en el rosal de mi jardín. No puedo hablar, quiero golpearlo, pero me voy al cuarto y cierro la puerta. Me habla desde afuera  <<Mi amor, pero quién te entiende, ya no sé qué hacer, nada te gusta, todo te molesta>>. Claro, él es la víctima y yo una loca de atar ¿no? Pues no, ante estos casos no se puede empatizar, lo siento.
Días después conversamos <<Mi amor es que ¿cómo te vas a molestar por un regalo?>>. <<Es que elegiste el peor regalo ¡no me conoces! O mejor dicho, me conoces y lo usas en mi contra, ¡eres un bruto! ¿Por qué no eres romántico? ¿Por qué no me regalas un ramo de flores? no sé>> << A ti no te gustan los ramos de flores, siempre lo dices>> <<Cierto, pues regálame otra cosa, qué poco detallista eres>>. << ¿Quién te entiende? Ni tú te entiendes>>

Ante esta situación lo único que se me ocurrió fue irme a un retiro de meditación y yoga, necesitaba alejarme de él, aunque sí, seguimos juntos y por supuesto que devolvió la bicicleta. 

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