domingo, 4 de agosto de 2019




Cumpleaños atrasado
Hoy busqué entre mis notas un poema que quería recordar y me topé con una carta que escribí el día de mi cumpleaños, cuando cumplí 21 años. Tengo muchos textos, que voy encontrando con el tiempo, pero éste fue un hallazgo especialmente valioso para mí, porque este año cumplí 30. Esta nueva carta escribo con un retraso de casi cuatro meses, tuve la intención de hacerla en su momento, pero creo que me ganó la incertidumbre y la evasión.
Sé que suena cliché pero, los 30 me pegaron durísimo. Me dio una crisis muy obvia: me volví a teñir el pelo de naranja, me hice un tatuaje gigante y colorido en el brazo y me pregunté mil veces qué estaba haciendo con mi vida, si lo que hacía era lo que realmente a lo que me quería dedicar, si era así como me imaginé vivir a los 30. Es complicado. Aunque ya no tengo las mismas ideas de la caraqueña que vino a este país hace 6 años, es inevitable pensar en "el antes" y en lo que vendrá después, los 30 son un punto de inflexión, pero en mi caso, fue una oportunidad para comenzar a reconciliarme con la idea que tengo de mí misma, para aprender a ser más bondadosa conmigo y despedirme de la que fui en el 2013.
Hace poco estaba hablando con mi amiga Ana Salinas, y me pidió que le explicara por qué ahora cada vez que estoy en una situación de incertidumbre digo “si es pa’ mí, será, si no se da, es que no era pa’ mí.
Tuve que pensar unos minutos en cómo podría explicarle mi fe en el universo, no es fácil, mi esfuerzo por dejar que las cosas pasen se confunde siempre con la resignación, pero es que si yo hago todo lo que está en mis manos para que las cosas sucedan y no pasan, creo firmemente en que no tenían que pasarme, y este nuevo mantra tiene mucho sentido para mí.
En un intento de hacerme entender, decidí contarle a mi amiga que la Naghieli de hace unos 7 años nunca se habría imaginado viviendo en Barcelona, cambiando dos veces de carrera profesional y de estado civil, alejada de los olores y sabores de la ciudad de la vio crecer. No, nunca lo habría pensado. Desde pequeña fui control freak, intentando planificar cada detalle, y resulta que las cosas más importantes (y maravillosas) de mi vida, han sucedido incluso antes de que pudiera imaginarlas, proyectarlas o decretarlas ¿Cómo no creer que hay algo que no controlo y que me beneficia siempre de alguna manera? Aun cuando no entiendo qué me pasa o por qué, usualmente es lo que necesito.
Luego de todos estos años y de algunos momentos complicados, me llegó una independencia y entereza que no conocía, la obtuve gradualmente (creo que es lo que podría haber soportado), pero lo cierto es que me vino sin planificación alguna, antes de vivir aquí no había salido de Latinoamérica, no conocía el parque Miró, ni la luz maravillosa de Barcelona.
Hoy, cuatro meses después de llegar a las primeras tres décadas de vida, miro atrás y parece una película, otra vida. Es como si existieran muchas Naghielis y las extraño a todas, a sus amigos de cada momento (en el camino he perdido muchos y he ganado otros tantos), extraño sus formas de ser, sus maneras de querer, de afrontar los retos, de verse a sí mismas.
La que soy hoy nació inexpugnable, sin ser imaginada por nadie (ni siquiera por mí) sólo pasó. Después de tanto camino recorrido, puedo mirarme a ese mismo espejo al que hace 9 años le decía “esto es lo que hay” y decirme: “cada día me gustas más”.
Bien vivido.
Punto.





Un día en el que sentirme yo misma implica sentirme otra.
Pasa el tiempo y me imagino cambiante como lo he sido hasta ahora, pienso que con los años mis complejos se van haciendo más grandes y se potencian hasta el infinito.
En este día me pasan muchas cosas, es como cualquier otro pero ni tanto… entenderme distinta dentro de lo que permanece intacto, mirar a la misma gente un año más y dar gracias o maldecir sus presencias y ausencias, desear que algunos que no están nunca se hubieran ido, desear que los nuevos no se vayan como los ausentes, pensar demasiado en el día de cumpleaños.
Extrañar tantas cosas: un país distinto, una torta, mi cabello rojo, mi cuerpo delgado o más de niña. Extraño a mi padre que viaja por todo el país para darme todo, que celebra mi cumpleaños desde donde este y brinda a mi salud sin amarguras, que me da los regalos más parecidos a mi, porque dice que "es una oportunidad para demostrar que me conoce”, Extraño a mis dos abuelas que llaman una de tierras cálidas y otra de tierras frías, ambas con el amor que sólo puede transmitir la familia, una que lleva cantándome sin falta por 21 años "Las mañanitas del rey David”, la otra que me dice “te quiero” aunque a casi nadie se lo diga.
Mi madre en cambio, hoy más que nunca está a mi lado, ella que me levanta con desayuno en la cama todos los días así no sea mi cumpleaños, que me lleva a comer sushi así odie la comida japonesa, que me felicita por facebook porque dice que "por ahí se felicitan los amigos"…porque es tan amiga, como mamá, como heroína.
Escribo esto para que no se me olvide, para que dentro de unos años pueda leer lo que sentí este día, recordar que la melancolía cumpleañistica siempre está presente, que nunca faltan amigos nuevos cuando pasa un año más, que hay personas que siguen estando, relaciones que perduran, que son más fuertes que el odio -y es que hay veces en que quieres que esa persona te vea cumplir 100 años, aunque cueste-.
Como diría mi amiga Verónica, hay que mirar a los padres y decirles: en serio, esto es lo que hay; también mirarme al espejo y decirme a mi misma: esto es lo que hay Naghieli, ¿qué más? Cabello marrón, neurótica, con piernas y abdomen más grande, pero ya, eres tú y cumples 21, después de una campaña publicitaria bien agresiva, está terminando el día con infinitas felicitaciones y una reflexión que deja mucho de lo que siento por fuera…pero es un registro… a lo romántico, el sentir y de la manera de ver la vida a los seis días de abril de la primera década de este milenio.

Bien vivido.
Punto.

viernes, 11 de noviembre de 2016



*


En Venezuela las voces de la identidad latinoamericana son las de Cecilia Todd, Lilia Vera o Mercedes Sosa y no sé por qué, pero es un estilo de música, con cuatro, charango o ritmos tradicionales, que da esa sensación de hogar y, sobre todas las cosas, te hace sentir que perteneces a algún lugar.

Ante los recientes acontecimientos mundiales, llámese la victoria de Trump, el Brexit y el “no” en Colombia, es inevitable el cuestionamiento de nuestra identidad, de las necesidades del “pueblo” y en general de la concepción del mundo. Más que nunca hay que mirarse al espejo y descifrar de qué estás hecho. No voy a entrar en valoraciones personales, porque sé que mucha gente tiene opiniones específicas sobre el tema, pero siento que en este mundo globalizado y despersonalizado, necesitamos hallar la forma de conectarnos con lo nuestro.  La colombiana Marta Gómez lo ha logrado conmigo.

Hace unos cuatro años, escuché una versión de Tonada de Luna Llena de Simón Díaz (uno de los maestros más respetados de la música venezolana), cantada casi “a capella” por una voz única, al fondo se escuchaba un tambor. Empecé a buscar más canciones de Marta y me di cuenta que había llegado el momento, aquella música que escuchaban nuestros padres, había pasado a una generación renovada, que se sentía más nuestra, más cerca.

La semana pasada dio un concierto en el Centre Artesà Tradicionarius, un sitio maravilloso que programa, entre otras cosas, música latinoamericana. Allí tuve la fortuna de ver a C4TRÍO, uno de mis orgullos venezolanos, con los que, por cierto, ella estaba como invitada (pueden verlo haciendo click). En fin, la verdad es que luego me enteré que Marta presentaría su concierto “Para la guerra, nada” y no dudé ni un segundo en comprar la entrada, viviendo en la misma ciudad no había tenido la oportunidad de verla cantar sola.

El concierto

Empezó cantando “La vida acaba de empezar”, con tres músicos a sus espaldas, ya nos dejaba ver que la noche estaría llena de relatos, ella nos iría guiando por las etapas de su vida a través de sus canciones. Es lo que tienen los cantautores, son un libro abierto, al final del concierto nos sentimos los mejores amigos, conocemos sus vivencias, sus padecimientos y sus ilusiones.

Entre ritmos andinos, bailables y suaves, tocaron con charangos, flautas de pan y tambores. El público aplaudió y gritó con fuerza “para la guerra nada”, compartimos sus experiencias como madre primeriza y su búsqueda de canciones de cuna que no asustaran a los niños con el coco, nos contó su empeño por cantarle a su bebé canciones hermosas que lejos de ser infantiles expresaran lo hermoso que es ser niño, y entre tantas melodías, nos reconocimos en ella.

Reconocerse en el otro y gustarse no sucede a menudo, con Marta, viajamos por ritmos que sonaban familiares, por esos recuerdos que nos evocan nuestros sabores, olores y afectos, nos puso a flor de piel esa nostalgia que nos llovizna cada día desde que estamos lejos, nos hizo reencontrarnos en el exilio con eso que nunca hemos dejado, aunque nos hayamos ido. Inundó la sala de calidez con sus “lalaila” y esa alegría bailada tan latina y tan suya.

Marta Gómez es otra cantante que tomó el “testigo” de la música latinoamericana para hacerla suya, para hacerla nuestra. Es una de las voces que canta lo que nos pasa y lo hace con poesía, sonrisa y charango.
Aquí dejo una canción que escuché por primera vez en este concierto y me marcó la noche  (y la semana siguiente, aún no la supero). La escribió cuando tenía 20 años y estaba estudiando en Berklee College of Music con una beca que se ganó.  Y es imposible no identificarse con esa letra, todos los que no fuimos…tenemos “un país atravesado en la garganta”.






*Foto: http://martagomez.com/fotos-videos/

viernes, 4 de noviembre de 2016





“Un regalo es la oportunidad de decirle a una persona que la conoces, no se puede desperdiciar regalando cualquier cosa”
Marco Amarista


Este es un relato basado en hechos reales. No, no me pasó a mí, le pasó a una amiga. Sí, en serio, a una amiga.

Hace 16 años

Fui una gorda en mi adolescencia, si hay un momento inoportuno para ser gorda es ese. Cuando eres pequeña es simpático, eres una gordita tierna, cuando eres adulta te importa muy poco y si lo sabes llevar bien, hasta puede ser un distintivo de personalidad y –otra vez- simpatía; pero cuando eres adolescente, padeces la gordura como una enfermedad desagradable e incurable, sientes que vas a ser gorda toda la vida, que odias tu cuerpo, en fin, todo terrible, todo mal.
Cuando tenía 17 años trabajaba en un pueblo y mi casa estaba bastante lejos, todos los días mi trayecto se hacía más pesado, pensaba repetidas veces que necesitaba un medio de transporte, una moto tal vez, en ese momento muchos las tenían, parecían cómodas y podían resolverme bastante la vida. La idea se me metió en la cabeza y lo cierto es que estuve un año entero diciendo repetidamente en casa “quiero una moto, quiero una moto, quiero una moto”, y jus­­­­­to cuando ya estaba a punto de rendirme, mi padre me llevó a ver una, usada, de un color bastante poco atractivo (recuerdo que era marrón ¡ese no es color para una moto!), al preguntarme si me gustaba, cometí el error adolescente de decir no, no me gusta, evidentemente me arrepentí a los tres días, pero ya era demasiado tarde << papá, sabes que lo estuve pensando mejor y si quiero la moto, la necesito>>. <<No, tú dijiste que no te gustaba, no te voy a comprar algo que no te gusta>>. <<si, pero eso fue antes de pensarlo mejor, sí que la quiero papá, en serio>>. <<No, tú no la quieres, además ya te he comprado algo mejor: ¡una bicicleta eléctrica!>>. Silencio. Grito internamente. Nada, nada puede ser peor que una bicicleta eléctrica.
Tuve que usar la Bicicleta, me sentía ridícula al estar en un limbo, no eres ciclista porque necesitas un motor “para vagos” que empuje tu culo, porque eres gorda y lenta, ni eres una chica cool con moto. No, es que eres la gordita de la bicicleta que todo el mundo ve y piensa mira, que si pedaleas un ratico igual te viene bien y adelgazas un poco nena. Mal, muy mal. Lo peor del asunto es que sumado a todo esto, el motor de la bici se detenía siempre a mitad de camino y finalmente tenía que pedalear, era un trauma, tenía que detenerme respirar profundo y hacer el doble de esfuerzo del que haría si fuera una bici normal, porque es que era pesada como yo, y ya eso es mucho decir. La deje, no la monté más y la bici eléctrica se quedó sólo como un trauma de mi adolescencia.

La semana pasada     

Desde hace tres años tengo novio, él es… especial, incomprensible, muy él. Yo estoy claramente en la crisis de los 30. No sé qué quiero, cómo lo quiero o dónde lo quiero, hay una voz en mi cabeza que me dice que tengo que hacer algo diferente con mi vida, que no estoy en el lugar que debería, que puede que haya algo que encaje mejor conmigo y dentro de todas esas cosas que me cuestiono está, por supuesto, mi novio.
Tengo un coche, claro que tengo coche, después de ese trauma, no me quedaron ganas de moto ni de nada, nunca me ha dado problemas graves, pero él es, como me imagino que debe ser un hijo, una fuente de gastos, y la semana pasada tuve que gastar 700 euros en repararlo, fue terrible, no lo tenía contemplado, además que trabajo fuera de la ciudad y los días de reparación (que fueron muchos) hicieron que a mi jornada se le sumaran dos horas y media de trayecto sudoroso y apretado en el tren.
Mi novio, especial e incomprensible, llegó a mi casa ayer con un regalo. <<Sé que has tenido días difíciles con esto del coche, y por eso he pensado en comprarte un regalo>>, Me dio ternura, claro, es que estamos mal, a veces nos odiamos bastante y en silencio, entonces ese gesto me pareció un intento, una bandera blanca, un “te amo y lo estoy intentando”. Me invita a salir de la casa, yo aún intrigada veo una bicicleta, pero no cualquier bicicleta, ¡¡UNA PUTA BICICLETA ELÉCTRICA!!  Arranco a llorar, él me mira como el que mira algo incomprensible, y yo sólo alcanzo a decir entre pucheros y hipeos ¿¿¿¿Por qué!!!!??? ¿¿Por qué me regalas esto?? él se pone serio y “se eleva a Maestro” diciendo <<Mi amor, es que yo conozco tu historia de cuando eras adolescente y quiero ayudarte a superarla, los traumas hay que superarlos>> Lloro, lloro desconsoladamente, le doy cuatro gritos y me doy la vuelta, pero veo una rosa en la ridícula cestita frontal del regalo en cuestión, cuando me acerco no es cualquier rosa, es LA ROSA, la única rosa que había crecido en el rosal de mi jardín. No puedo hablar, quiero golpearlo, pero me voy al cuarto y cierro la puerta. Me habla desde afuera  <<Mi amor, pero quién te entiende, ya no sé qué hacer, nada te gusta, todo te molesta>>. Claro, él es la víctima y yo una loca de atar ¿no? Pues no, ante estos casos no se puede empatizar, lo siento.
Días después conversamos <<Mi amor es que ¿cómo te vas a molestar por un regalo?>>. <<Es que elegiste el peor regalo ¡no me conoces! O mejor dicho, me conoces y lo usas en mi contra, ¡eres un bruto! ¿Por qué no eres romántico? ¿Por qué no me regalas un ramo de flores? no sé>> << A ti no te gustan los ramos de flores, siempre lo dices>> <<Cierto, pues regálame otra cosa, qué poco detallista eres>>. << ¿Quién te entiende? Ni tú te entiendes>>

Ante esta situación lo único que se me ocurrió fue irme a un retiro de meditación y yoga, necesitaba alejarme de él, aunque sí, seguimos juntos y por supuesto que devolvió la bicicleta. 

domingo, 16 de octubre de 2016

Foto tomada de: www.ilevitable.com (web oficial)

Entre tanta balada pop y tanta música en inglés, las nuevas generaciones no están acostumbradas al delicioso dramatismo de los clásicos del despecho latino/hispano. En el top 10 de las canciones actuales, difícilmente pueden encontrarse letras que hablen clara y genuinamente de un mal de amores, de un corazón hecho pedazos o del desgarro de una separación. Hoy en día todo se queda en la epidermis, como si en nuestro siglo fuera imposible llorar amargamente con un “soundtrack” profundo y dramático, que no estuviera lleno de cursilerías o lugares comunes.
Las adolescentes y las mujeres adultas de los 80’ y 90’, ya se han acostumbrado a Adele, al reggaeton y las baladas pop en español. Compramos canciones edulcoradas con voces armónicas y perfectas, que sí, funcionan para ciertos momentos, pero ¿De verdad pueden compararse con un bolero o una ranchera de esas que te erizan la piel y te dan ganas de llorar aún cuando estás felizmente casado?
No, estos estilos aunque se asocien con una generación específica (con gente vieja), resulta que tienen una magia irrepetible, que si logras conectar puede llevarte al desamor más dulce, al despecho mejor vivido de tu vida. No hay nada que se compare con una noche de vinos escuchando a La Lupe y cantando tipo Karaoke la tragedia del amor no correspondido. Hasta ahora había que conformarse con eso, con las grandes cantantes de antaño que dejaron la "playlist" completa para sobrevivir a un despecho, pero esa situación ha cambiado este año.
El 3 de junio sacó su primer disco una chica que, hasta hace poco hacía alguna que otra colaboración, pero no tenía estilo ni canciones propias. ile es conocida por la mayoría, como la voz femenina de Residente Calle 13, pero ha decidido lanzar su carrera como solista, cantando nada más y nada menos que boleros y canciones de desamor.
Ella es una puertorriqueña de 27 años, y lo de su edad es un punto clave, porque tanto su voz como estilo llevan al que la escucha a una época pasada, su familia dice que “es una viejita en el cuerpo de una niña”, pero podría decirse que es sólo un instrumento que permite que en su música reencarne el sonido clásico del despecho latinoamericano.
Los conciertos de ile son lo más parecido a una reunión de amigos “intensos” que quieren corear y cantar con sentimiento. Ella está rodeada de una banda robusta: dos guitarras, bajo, teclado, instrumentos de viento y una gran variedad de percusión, pero al verla de pie en el centro del escenario, parece que estuviera entre la gente, cercana, real y vulnerable.
Su show en la Sala Apolo de Barcelona, comenzó con su primer sencillo “Caníbal” y a medida que fue pasando de canciones, se  fue entregando al sentimiento, más que un show, el concierto era una suerte de tributo al despecho, ile se mostró como la imagen de esa mujer que con el pecho abierto de par en par, trata de arrancarse de dentro el dolor y el desamor, de la única forma que se puede sacar de raíz: cantando.
Entre poesía y tonos desesperadamente melancólicos, ile  experimentó de forma orgánica los niveles del escenario, empezando erguida, pero terminando cada vez más cerca del suelo y del público. A pesar de la autenticidad de su interpretación, ella aclaró que muchas de sus canciones no son autobiográficas, son “joyas prestadas” de su familia y amigos. Una por una fue contando qué canción era de su abuela, de su hermana o de su amigo de toda la vida.

El renacer del despecho latinoamericano ha tenido su comienzo en "ilevitable", un disco que fácilmente reúne destellos de La Lupe o de Chavela Vargas, pero con un tinte fresco de juventud y siglo XXI, es la reivindicación de los jóvenes que son “viejitos por dentro”, románticos enamorados de ese desamor placentero que necesita ser cantado y padecido. Sin duda ile es una voz de pasado-presente, que con un estilo muy propio, brinda una calidad musical impecable y un paliativo para los corazones rotos contemporáneos.


Aquí os dejo su primer sencillo y el vídeo promocional de su gira, para que la conozcáis mejor: 



viernes, 7 de octubre de 2016



Hace un tiempo descubrí que en una ciudad como Barcelona, en la que hay numerosos eventos simultáneos cada día,  la única manera de al menos acordarte de que ocurren y taaal vez animarte a asistir, es colocar la estrellita de "me interesa" en los eventos de Facebook. A menudo recibo notificaciones diciendo "a tu amiga le gusta que asistas a este evento", lo que no saben mis amigos es que asisto a una media de 1/1000. Me encantan los eventos musicales, las exposiciones, los food trucks, pero siempre parece más cómodo quedarme en casa comiendo rico y viendo Netflix,  yo me obligo de vez en cuando, pero aunque me dé vergüenza admitirlo, esa señora de 60 años que llevo dentro me domina la mayoría de las veces. 
El finde pasado, como muchos findes,  me llegó la notificación de que tenía un concierto de Jazz gratuito el sábado,  como siempre, entré en la página del evento, verifiqué lugar y hora evaluando la situación (aún sin estar segura de querer ir), y de repente veo entre los comentarios "con qué guitarrista viene Cyrille??"- micro infarto instantaneo-, subo hasta la información y leo que efectivamente, iba a cantar Cyrille Aimée a las 6pm, no podía creerlo, la decisión estaba tomada. 
Para muchos Cyrille es una joven cantante de Jazz, francesa con mamá dominicana, que ganó un concurso importante de jazz o bueno, también estarán los que piensan que es una promesa, una chica que hace un scating glorioso y que dentro de poco, ya no tocará en un evento off gratuito del festival de Jazz de la Voll damm sino que vendrá dentro de la programación regular con unas entradas carisisiimas.
 Para mí, en cambio, Cyrille es más que eso, es un recuerdo de mi conexión con el hombre que más quiero en el mundo, es un pedacito sonoro de esa relación secreta que tengo con mi padre, un destello de esa magia que nos envuelve cada vez que él, sin esforzarse demasiado, puede saber que algo me gusta incluso antes de que yo lo sepa. 
Mi padre saca tiempo de su duro trabajo y sus viajes para leer la prensa, terminar los libros que compra compulsivamente (si, eso se hereda), y desde que aprendió a usar Internet, sacrifica horas de sueño para navegar, con esa curiosidad inagotable, en búsqueda de música nueva, de los ganadores de premios de literatura actuales, de artículos que no salen en la prensa local, en fin, creo que es un apasionado, no sólo de la cultura sino de la información, del mundo. 
Al ser una fuente de información cultural actual,  mi padre hace las veces de mi "comisario" o "curador" musical, visual o de libros. Recuerdo que un día me mandó un vídeo (creo que por facebook), diciendo que había una chica que ganó un premio en un concurso de Jazz y era maravillosa, la escuché y, como me pasa con la mayoría de las cosas que él me recomienda, la amé, recuerdo que cantaba una versión preciosa de "Just the two of us", desde ese momento me convertí en una fan enamorada, no imaginaba que años después, la abrazaría en Barcelona.


El día del concierto 

Llegamos temprano, el parque estaba lleno, pero no había casi nadie frente al escenario, pude colocarme de primera (detrás de las sillas), estaba muy emocionada. Cyrille probaba sonido, bellísima, con un vestido estampado de flores, aunque era francesa se veía muy latina. Tenía el cabello con bucles tipo afro y su piel, sorprendentemente morena, no me la imaginaba así, era más bonita.  
Empezó a cantar a las 6 pm, el sol fue bajando, quedando una iluminación natural que tostaba el escenario, cuatro músicos increíbles la acompañaban. Ella, la primera vez que habló, dijo sólo un par de palabras, pero poco a poco fue  soltando su español marcadamente dominicano que, mezclado con su lengua francesa, la hacía ver adorable. 
Estuve tranquila al principio, pero a medida que lo disfrutaba más, más me crecía el nudo en el pecho,  a la tercera canción empecé a ver el escenario empañado, no podía dejar de pensar en lo que me faltaba, en la única persona que entendería lo feliz que estaba siendo, porque él también lo sería. Al cabo de unos minutos, no podía parar de llorar, por si fuera poco, la mujer empieza a cantar "Estrellitas y duendes" con su acento y todo, lloré, lloré porque me hubiese encantado compartirlo con él, porque con estas cosas, la felicidad siempre se le transforma a uno en nostalgia, en vista borrosa tratando de no llorar, en nudo en el pecho , en eso que se te queda atragantado porque no lo puedes compartir. 

"Hey deja de grabar y disfruta el concierto" me dicen, respiro hondo y, disimulando la voz entrecortada, sin voltear para que no se note que lloro, digo molesta "ESTOY GRABANDO PARA MI PAPÁ VALE". 
Envío uno, dos, tres, cuatro vídeos, no me importa gastarme los datos con tal de compartir en tiempo real esta experiencia, que tendría que ser nuestra. Dos check azules, no contesta, "estoy viendo a Cyrille, te extraño tanto papito..." le digo, esperando con el WhatsApp abierto, esperando esa inmediatez que sólo da la cercanía física y ahora, la tecnología, "yo también hija, luego los veo que no tengo wifi, estoy en la calle". 
Lloro, lloro más, lloro todo el concierto, porque qué lejos me siento, porque qué triste es que algo pueda llevarte a alguien marcando tan duramente su ausencia.  
Terminó el concierto, me quedo gritando sola "otra, otra" después de dos canciones extra, voy rápido al baño porque han dicho que Cyrille firmará su disco, le pido a mi mamá que vaya haciendo la cola para el autógrafo (fan enamorada total), llego y sólo estoy yo,  al parecer aún no es tan famosa, la veo de cerca, con su sonrisa de dientes separados y sus ojos azules, justo cuando me pregunta el nombre para firmar, no lo dudo ni un segundo: Marco.  
Le envío una foto mía con Cyrille, seguida de la del disco que lleva la dedicatoria para él,  "ahora sólo falta que nos veamos para entregartelo" le digo, "qué maravilla verlas juntas, me alegra por ti, estoy muy emocionado, luego te llamo para que me cuentes los detalles" me respondió. 
Entre el trabajo, las 6 horas de diferencia y el cansancio, aún no hemos coincidido para los detalles, pero esta es una forma (pública) de contárselo, desde el tren camino a casa, él sabe que está siempre, en cada cosa que me ha enseñado, un pedacito de él está en mí, disfrutando cada cosa que me recuerda a nosotros. 

domingo, 25 de septiembre de 2016



Cuando digo que llevo tres años aquí, la respuesta siempre es la misma: "Ahh, pero tienes poco tiempo", y la verdad es que se me ha pasado volando, pero no puedo decir que para mí haya sido poco, en estos tres años he vivido mucho: me he mudado cuatro veces, he tenido residencia en dos ciudades, he cambiado de trabajo dos veces, comencé y terminé un Máster, despedí a seis buenos amigos que ahora están por todas partes de España y el mundo, me traje a mi mamá a vivir conmigo, murió mi abuela, murió mi tía, he conocido al menos a una decena de personas que puedo llamar amigos ahora, empece a cantar en una banda, hice teatro por un rato, asistí a dos talleres de danza, he comprado más de veinte libros (si, parece que se multiplicaran), aprendí catalán, fui vegetariana, volví a comer carne (no pude evitarlo, me enamoré del fuet), fui feliz, me deprimí, volví a ser feliz, me perdí y afortunadamente me encontré de nuevo.

La opinión general cambia cuando me preguntan cuánto tiempo llevo sin visitar mi país, técnicamente son los mismos tres años, pero la reacción siempre es opuesta: "wow, mucho tiempo ¿no?", ya, se dice fácil, pero no lo es, teniendo en cuenta que llevo esos mismos 1095 días sin abrazar a mi padre, sin tomarme una birra con mis amigos, llevo todas esas semanas extrañando mis olores, mis sabores, mis calles, mi vida de ese entonces. Es muy diferente el vínculo que tienes con tu tierra cuando no puedes regresar a tus raíces de vez en cuando y acariciarlas un ratito, cuando es imposible mirarte en los lugares que dejaste, reafirmarte e irte de nuevo, es como si el tiempo se detuviera en tu cabeza, como si los recuerdos se encapsularan y vivieran allí, sólo en tu mente. 

Un día como hoy llegué a Barcelona, esa ciudad preciosa que me flechó unos meses antes, y no descansé hasta vivir y ser parte de ella. Me ha dado tanto que no me alcanzan las palabras para agradecer. En cada día que pasa me voy enamorando más y voy haciéndola un poquito más mi hogar. 
Hace unos diez años, pensé en la Naghieli "adulta" que quería ser, y hoy puedo decir que me parezco bastante, y que esta ciudad me ha ayudado a encontrarla, con mis equivocaciones, mi personalidad impulsiva y frenética, con mis deseos de hacer cosas nuevas, de cambiarlo todo, con mis finales y mis comienzos, orgullosamente soy esa que debería ser y por la que he trabajado tanto. 

Este 25 de septiembre celebro el tercer aniversario de muchos, como ciudadana del mundo, enamorada de mis dos hogares, hoy es un día que me recuerda que todavía me falta mucho por vivir y por lograr, un día para agradecer a mis amigos, los nuevos y los de siempre, que están y me lo recuerdan siempre, mi familia elegida. 

Víctor me dijo un día: "emigrar es una carrera de resistencia" y es verdad, cada día es una prueba, pues aquí voy, a por más. 

sábado, 18 de julio de 2015




Cuando me fui de mi país una de las cosas que me dolió fue dejar mi biblioteca, mi vida tenía que caber en dos maletas y llevarme tantos libros no era una opción, me traje unos pocos que pensé que no podría pagar aquí o que tenían una historia particular, como el de Cortázar.
Hace unos cinco años estaba paseando por un centro comercial de Caracas y entré a una lujosa librería, de esas que tienen de todo: los libros tapa dura que nunca hubieses imaginado que existían, las ediciones especiales con ilustraciones espectaculares, las libretas hermosas y carísimas, en fin, un paraíso. Yo, como no tenía trabajo, veía las estanterías como una niña pobre, con la resignación de que tendría que esperar años para comprarme uno de aquellos títulos.
Después de una hora paseando por los pasillos y de que los vendedores pensaran que planeaba robar algo, me encontré con el libro más hermoso que he visto, mi autor favorito, Julio Cortázar, editado increíblemente por Galaxia Gutenberg, el tomo reunía la mayoría de sus cuentos, con una tapa dura, cubierta por una foto de su estampa más juvenil y buenamoza, justo como habría soñado conocerlo. En el interior, suaves páginas que se transparentaban, delgadas y finas, todo era tan lujoso. Emocionada, a punto de hiperventilar comencé a buscar el precio, mi corazón latía muy fuerte, me sudaban las manos, no lograba encontrar los números que - sin importarme las consecuencias- me harían endeudarme con la extensión de la tarjeta de crédito de mi mamá. Fue inútil, con vergüenza (ya los vendedores me miraban feo) me acerqué a la caja y pregunté cuánto costaba, de repente hubo un silencio, el pitido del lector pasando por el código de barras marcó el momento exacto en el que mi corazón se partió en dos, “cuatrocientos ochenta bolívares” dijo la chica, como quién da el precio de un caramelo barato.
Sé que en este momento con la inflación y la situación del país eso no es nada, sin embargo para mí, en ese instante fue como si costara millones, no podía pagarlo, no podía permitírmelo. Salí de la tienda llena de cólera, maldije a todas las distribuidoras de libros, hablé con Julito mirando al cielo, diciéndole que por qué no podía tener su obra, por qué era tan cara si yo la quería tanto.
Como yo nunca me quedo tranquila, frustrada empecé a buscar por Internet alguna versión que me diera lo que quería,  pero a un precio más asequible claro. Luego de horas y horas frente a la, di con una edición de Alfaguara, que se ajustaba a mis necesidades (vale acotar que, años después, encontraría todos los libros de Cortázar como arroz en cada esquina, pero cómo saberlo en ese momento).
Todo salió perfecto, la tarjeta de crédito pasó, pagué en bolívares, envío de 3 a 5 días hábiles, no era la edición de lujo, pero podría leerlo, que era lo más importante. Llegó el maravilloso mensaje de que mi paquete está en DHL. Le pedí a un amigo que me llevara, porque quedaba en una zona industrial, emocionada busqué el paquete y cuando lo abrí, para mi sorpresa, estaba la edición de Galaxia Gutenberg, la lujosa por la que maldije y sentí odio por el mundo. No lo podía creer, era como estar en un cuento, era un milagro “cortaciano”.
De repente, para agregar más drama al asunto, en vez de pensar que era suerte y quedarme tranquila, se me ocurrió que tal vez había sido un error y que como no era el libro que había pedido debía devolverlo o sino lo cobrarían completo a la tarjeta de mi mamá.  Aún con la caja de DHL en la mano, llegué a la tienda y la chica me dijo despreocupada “ah, es que confirmamos que lo teníamos, pero no era así y como ya habías pagado, te mandamos ese, deberías estar contenta, saliste ganando porque este es mucho más caro”. Abracé el libro a mi pecho, ratificando que de verdad me pertenecía, evidentemente, años después fue uno de los pocos que cruzó el mar conmigo.




martes, 8 de abril de 2014

De un tiempo para acá he empezado a cambiar mi vida, así como un adicto se vuelve evangélico, pues así, pero más hacia comer sano, hacer yoga, "meditar" (aún no lo logro, ni un poquito),
buscando la manera de conectarme con algo más agradable que el mundo que me rodea, me he topado con esta nueva forma de vivir.
Mi esposo dice que "no me vaya a ofender", pero que eso es una moda, no puede ser que de repente todo el mundo ande salvando gatitos, tomando jugos verdes y haciendo yoga. Si, yo también pensé que se me pasaría, que era parte de un antojo nuevo (he pasado de la danza al fit combat y de las dietas locas al vegetarianismo, no soy muy constante que digamos), pero resulta que esta vez no sé por qué me siento diferente. No es que me obligue a tomar jugos de espinacas, a levantarme más temprano para hacer yoga o a dejar las hamburguesas de carne con champiñones y queso fundido, no, simplemente me provoca y ya cuando no lo hago me siento extraña, la carne roja nunca me hizo falta, de hecho por no comerla, cuando se me ha ocurrido probarla me cae pésimo. 
Yo no sé si la gente coma ecológico y salve animales por moda, pero si es así, pues es la mejor de todas, a mi me gusta creer que las personas están despertando, que esa costumbre de vivir como si no existiera un mañana está desapareciendo. Claro, hay gente que está en contra, que dicen "que hay que preocuparse por los humanos y no por los animales; que el vegetarianismo mata; que hacer yoga no sirve de nada", pero cada vez somos más los que pensamos que es positivo y que si se puede modificar la rutina por algo más productivo para nuestro cuerpo y el mundo que habitamos. 

En fin, en mi empleo anterior me decían pachamama, por lo hippie que soy jajaja yo me burlaba de mí misma junto a ellos, ahora hasta hice un blog de recetas sanas, orgullosa de este estilo de vida que intento mantener, si, es un intento porque como los adictos, a veces recaigo: como cosas fritas y paso dos mañanas sin hacer yoga, pero lo importante es retomar, estar convencido. 

Fin de la reflexión hippie a lo pachamama style. 

miércoles, 2 de abril de 2014


Siempre he sido muy intensa con mis actividades, desde pequeñita me preocupaba excesivamente por las tareas, nada me calmaba hasta que sentía que tenía todo bajo control, nunca dejé que mi mamá me ayudara porque "ella no sabía cómo se hacía", era una niña neurótica y creo que hasta ahora me cuesta controlarme.

En el bachillerato mi afán por las buenas notas era tan absurdo que lloraba por haber sacado 18/20 puntos y peleaba por milésimas con mis profesores, debatiendo sobre las respuestas de los exámenes. Allí empezaron mis problemas gástricos por "estrés" a los catorce años, así de loquita estaba (estoy).
En la universidad decidí que bailaría, haría circo y además intentaría sacar buenas notas, me costó adaptarme, pero me dediqué. El día de la graduación me di la vuelta y sentí que esa vida estudiantil de la que todos hablaban no la había vivido, siempre obsesionada por otras cosas, tanto, que me olvidé de las fiestas, de las escapadas, de ser universitaria. La verdad es que nunca he sido de ese estilo, mis amigos y familia me conocen como una viejita prematura, no me gustan las multitudes ni los sitios demasiado ruidosos, siempre en casa, todo en su justa medida, nada de excesos.
Ahora, ya casi pisando los veinticinco me doy cuenta de que mi abuela tiene razón cuando dice que "la vida es un suspiro" y en esta etapa de mi vida en la que he conocido tanta gente y lugares nuevos, estudiando aún, me doy cuenta de que no vale la pena mortificarme tanto por los números de mi expediente o por competir  -siempre conmigo misma-, puedo llorar por un examen aún, no lo niego, pero cuando estoy con mis amigos tomando una cerveza, no me cabe duda de que la vida es eso: lo que sucede cuando salimos de clase y compartimos, no es una nota o una obsesión por sobresalir.
Y es que no se trata de dejar de exigirse o perder ese empuje que nos ha traído hasta aquí -no sé que hubiera sido de mí sin esa actitud obsesiva de siempre-, se trata de desmitificar ese éxito o meta final y comenzar a valorar los pequeños triunfos cotidianos, esa risa con los amigos, ese respirar profundo, porque si, la vida es lo que sucede cuando no estamos mirando.

domingo, 27 de octubre de 2013

Siempre había creído en la autenticidad, pensaba que todos éramos diferentes,  seres únicos, pero luego me di cuenta que no, que lo estamos perdiendo, que cada vez más nos distanciamos de eso que somos y nos convertimos en un híbrido loco de muchas cosas, me preocupaba, sobre todo por el hecho de no sentirme de ningún sitio, de dejar de identificarme con el otro. 

Bueno, eso era lo que pensaba, hasta que llegué aquí.

Al estar en un país extraño, me llaman la atención muchas cosas, el idioma a pesar de ser español, en ocasiones me resulta ajeno. En mi clase, la mayoría somos latinos, pero de diferentes países, hay gente de México, Guatemala, Colombia y también hay españoles tanto de Barcelona como de otras provincias. Esto, evidentemente es muy entretenido, porque estudiamos lo mismo, pero cuando lo aplicamos a nuestras propias realidades es divertido ver cómo coincidimos- o no- en políticas de Estado o incluso en la  actitud de la gente. 

Así a menudo vivimos situaciones como esta: 

- Es que él es muy sifrino.
- ¿Sifrino? ¿Qué demonios significa eso? 
- Bueno cuando alguien tiene dinero y sólo le gustan las cosas finas, no sé
- Ah! Pijo
- ¿Pijo? Nosotros le decimos a eso Gomelo
- ¿Gomelo? en mi país le dicen fresa. 

Igualmente hay palabras como Chévere, que se usan también en Colombia, pero que aquí nadie conoce, los que la han escuchado tienden a imitar a los venezolanos diciendo cosas como: "¿qué pasó chama, todo chévere? 

Igual hay cosas en las que es difícil entendernos: 

-Mi casa está a una cuadra del metro
- ¿Cuadra? ¿Qué es cuadra? aquí eso se utiliza para los caballos
- Cuadra, una cuadra es como...una calle
- Ahhh manzana!!
...
- Si, vas trotando
- ¿Trotando?
- Es como correr, pero más lento
- Aquí trotar también es de caballos. 


Hablando de nuestras realidades nos dimos cuenta que la corrupción es mundial, que en ese ámbito si nos entendemos todos, y en ese tema encontramos algunas coincidencias, por ejemplo lo para nosotros es viveza criolla, para los colombianos es malicia indígena (pobres indígenas, qué mala fama). 

Ayer, luego de una noche de comidas típicas de los países a los que pertenecemos, comiendo, arepas, tostones, fajitas y vino, salió una conversación muy graciosa: 

- Hombre, que sabemos que los nuestros mataron a muchos de vuestros ancestros
- Tranquilo, ya lo superamos
- Ostia es que también violaron a muchas mujeres, que fue horrible
- Si, si lo sabemos, ¿no ves nuestro colorcito? más mezclados imposible. 

Nos reímos un rato de la desgracia....

Y entre salsa, cumbia, flamenco y Simón Díaz, aprendimos más de nuestras culturas, ellos se sorprendían del machismo latinoamericano, nosotros de sus otras realidades sexuales, tan "poco conservadoras", en fin, resulta ser que en nuestras diferencias encontramos puntos de coincidencia, que a pesar del diccionario paralelo que llevamos, aprendiendo palabras nuevas, nos entendemos, nos respetamos y nos sorprendemos. 


Después de todo, si llevamos nuestra cultura a cuestas, queramos o no. Qué lindo y qué bueno.  

martes, 15 de octubre de 2013



Siempre he tenido discusiones porque las personas dicen que tengo más sensibilidad por los animales que por los humanos, si bueno, tal vez sea cierto o no, pero la verdad es que una de las razones por las que he llorado más en las calles de caracas es por los perros y gatos callejeros. Es raro, tal vez muchos lo ven inhumano (irónicamente), porque no lloro por niños o viejitos indigentes, pero uno no elige las cosas por las que sufre, uno sufre y ya. Así, latinamente, femeninamente: sufre.
En fin, hace unas semanas llegué a una ciudad desconocida, en donde se dice que no hay perros callejeros (los matan supongo), y si, en el tiempo que he estado aquí no he visto ni uno, alguno que otro gato, pero nada para alarmarse, nada que me haga llorar pues. En cambio, en el metro, se monta gente a pedir, es normal por la afamada y temida “CRISIS”, es muy común ver personas de todas las edades cantando y hasta actuando para pedir unas cuantas monedas en los vagones, no les va mal, sobre todo en temporada, definitivamente los españoles que también están en CRISIS ni les prestarán atención, pero los turistas, sobre todo los del norte de Europa, se divierten y hasta sienten compasión por algunos.
La otra noche venía camino a casa, con un poco de mi paranoia caraqueña, eran ya casi las 12,  y se montó a pedir una mujer de unos 35 años, no le presté mucha atención, hasta que vi al perro (ahí entro a escena mi excesiva sensibilidad por los animales), era un cachorro de raza grande, que ella cargaba en brazos aún cuando no había necesidad alguna de hacerlo. Me puse nerviosa ¿para qué lo cargaba? ¿Le iba a hacer algo? Comencé a verla detenidamente, estaba muy golpeada en la cara, se le notaba cansada, pero cargaba al cachorro como quien utiliza a un niño para pedir, como esas mujeres que se tiran en una esquina con un bebé para dar más lástima. ¿Sería posible que esta fuera su intención? La chica me tenía intrigada, me le quedé mirando, prestando mucha atención, avanzaba por el vagón pidiendo monedas y cuando pasaba frente a algún rubio con pinta de ruso o noruego decía:
- “Please, a coin, I need food”.
-“Coñooo aquí hasta los indigentes están globalizados”, me dije a mi misma, no pude evitar que se me escapara una risa, me sorprendió mucho.
La mujer siguió caminando, yo no le quitaba la mirada de encima (vigilaba al perro obviamente), y cuando llegó a la otra parte del vagón, se detuvo y bajó al perrito, yo me asomé para ver mejor lo que ocurría y vi a un hombre, muy desaliñado, descalzo con sus zapatos a un lado, hablando con ella, no sé qué le dijo pero ella se quedó embelesada, se sentó, el hombre se acercó y acarició al perro,  empezaron una conversación amena aparentemente. Después de unos minutos observándolos, el cachorro dejó de importarme, ese gesto entre ellos me enterneció, era como un coqueteo, una complicidad, tal vez simplemente encontraron en el otro a alguien que de verdad deseaba escucharlos.
Llegué a mi estación, aun chismoseando qué pasaba al otro lado del vagón,  me bajé sonriente, tal vez se conocían y yo me estoy creando esta historia en mi cabeza, pero qué lindo es pensar que en medio de esta ciudad indetenible, en donde nadie mira a nadie, los invisibles puedan encontrarse y mirarse a los ojos, aunque sea unas cuantas estaciones. 

miércoles, 4 de septiembre de 2013





Era un día de diligencias, llegué al Hospital Domingo Luciani casi a las cuatro de la tarde, sudada, acelerada porque no sabía hasta qué hora me dejarían pasar. Comencé a buscar la puerta de emergencia, par de militares estaban colocados estratégicamente en los torniquetes. 
Me aproximo sin detenerme demasiado (con el tiempo he aprendido que a los militares si los ignoras es mejor), pero este señor de atuendo verde se atravesó, me miró descaradamente los senos, yo incómoda, lo observaba, él seguía hasta que aparentemente se cansó de buscar, -soy 32B, no hay nada que buscar- me miró (al fin a la cara) y me dijo: 
-Así no puedes pasar. 
Yo obstinada, le malandreo un poquito: 
- ¿Así cómo vale? 
-Tienes que ponerte un suéter. 
-¿Disculpa? (mi asombro no era normal, yo creo que ni en la iglesia me piden que me ponga suéter, además NO TENÍA ESCOTE, sólo era una camisa de tiritas, recta y equis en la vida)
-Si, ¿no tienes suéter?

Respiré profundo, qué voy a estar teniendo suéter si estamos como a mil grados, qué me iba a imaginar que debía salir de mi casa con un suéter, para poder entrar a un hospital de puritanos a los que una camiseta deportiva les parece vulgar o demasiado reveladora. 

Me hice a un lado, salí indignada y llamé a mi tía (su amiga me estaba esperando en el hospital):
-Tía no me dejan entrar, es absurdo, y que porque tengo una camisa de tiritas, es insólito ¿tu amiga no me puede bajar un suéter o algo?
-Ay a mí se me olvidó decirte, ellos son así, déjame llamar a mi amiga para que baje a buscarte, tranquila.

Colgué y un chico, aparentemente de seguridad del hospital, había escuchado toda mi conversación y me dice:

-¿Coño mami no te dejaron entrar? Es que esas son las reglas, hubiera estado yo y te dejo pasar, pero esos guardias se ponen gafos. 
- Me parece una estupidez esa regla ¿¿y si tuviera una cita médica o algo?? 

Me descargué un rato con el chico y me fui a la puerta a esperar a la amiga de mi tía. Al fin llegó, con una chaqueta del mismo hospital, me la puse y me sentí poderosa, le pasé por un lado al militar y me provocó sacarle la lengua o algo, le dije -mentalmente- una cantidad considerable de insultos y seguí de largo, apenas pasé la puerta, comencé a sentir lo que me esperaba. 


No sé si es porque NUNCA había estado en un hospital o porque soy muy impresionable, pero lo que vi fue realmente impactante. Caminé unos pasos y a mi izquierda estaba una mujer hablando por teléfono, se cogía el pelo como peinándose fuertemente, caminaba de un lado a otro desesperada, las lágrimas ya no salían, se veía que tenía toda la noche llorando y que le había tocado la amarga tarea de avisar a todos sobre una muerte.

Sí, diariamente leemos en los periódicos cifras alarmantes sobre fallecidos y accidentes, pero esto se trataba de conocer una parte bastante lamentable de los hechos: el sufrimiento de los familiares, era como ver en vivo y en movimiento, esas fotos amarillistas que a veces salen en las páginas de sucesos, en donde hay mujeres llorando, familias enteras con caras de desesperación. 

Seguí caminando, tratando de actuar naturalmente, llegamos a la oficina de trabajo social y justo antes de ir a emergencias (en donde realmente podían ayudarme) entró una señora, yo no pude entender mucho, pero la historia era como que su hijo era drogadicto, ella tenía tiempo que no lo veía, pero luego apareció y robaba, la verdad es que no recuerdo bien, pero todo era bastante dramático y lamentable, la señora estaba desconsolada. 

Luego de unos 20 min, bajamos a emergencias, la amiga de mi tía me dice con voz serena: 
-Ay Naghieli no te vayas a impresionar, este es un hospital de guerra, estamos en Petare. 
-OK (respiré profundo y caminé guapeando, pero con miedo, repito: soy impresionable). 

Apenas bajamos el olor cambió, ya no olía a hospital sino a carnicería, nunca me ha gustado ese olor, es como una mezcla entre carne y sangre, huele como a crudo, a herida abierta. Pasé por el pasillo principal y trataba de no mirar ni escuchar mucho, entre la rapidez con la que pasaban los médicos y la gente que estorbaba en el lugar, tuvimos que apartarnos y ponernos en un huequito, entre camillas; esperábamos a un doctor específico y mientras, yo trataba de concentrarme en la voz de la amiga de mi tía y no en el llanto o los gritos, algunos se escuchaban más cerca que otros.

En algún momento me distraje y miré la camilla que estaba a mi izquierda, un señor irreconocible tenía dos mujeres a su lado, estaba casi desnudo, desfigurado a golpes o por un accidente, sus ojos hinchados tenían sangre seca, no hablaba, sus acompañantes lloraban y agarraban su mano. Al lado otra señora llorando, frente a mí una chica muy joven perseguía a un doctor, con lágrimas en los ojos también, ella le reclamaba desesperada “que una enfermera le rompió los récipes médicos y ahora nadie le quería dar otros, que tenía al hombre en cama”; el doctor le dijo que esperara, con la frialdad de los que cobran los tickets de estacionamiento, sin importarle nada, y es que claro, los doctores y empleados de ese lugar deben estar tan acostumbrados al llanto, a la desesperación, es un dolor que si no te blindas, se te queda en la ropa, te lo llevas para tu casa. Yo no, yo no me blindé y estaba que lloraba con ellas, me dieron ganas de salir corriendo, de cerrar los ojos y taparme los oídos.

Me imagino que así son las guerras, despiadadas, te sacan las lágrimas a coñazo limpio, hasta que no hay más, no hay nada que llorar, ya en este país estamos blindados, por más fotos y noticias que veamos, no nos afecta. El suceso que leímos en el periódico mientras nos comíamos el pancito que mojamos en el café, se nos olvidó cuando agarramos el carrito por puesto, alguno que otro titular se atraviesa en el “últimas noticias” que lleva nuestro compañero de viaje, pero se nos olvida, tanto que no sabemos que estamos en guerra. Hasta que por mala suerte se llega al pasillo de emergencias del Domingo Luciani, un jueves a las 4 de la tarde, a partir de allí, es imposible ignorarlo.






jueves, 29 de noviembre de 2012

Ha pasado tanto tiempo que debo comenzar diciendo que esta segunda parte será un Frankestein de recuerdos. Pero como dicen por ahí: "las cosas no son como son sino como se recuerdan" pues, aquí voy: 





Primer encuentro 

Luego de un rato rodando tuve la sensación de querer ir al baño. Resulta que soy una persona que sufre de algo que yo me autodiagnostiqué "vejiga hiperactiva", tampoco es que me hago pipí, pero me dan ganas de ir, repetidas veces, exageradamente. En fin, en situaciones normales esto no es problema, pero, en un viaje de 11 horas, resulta bastante preocupante el poco recato de mis esfínteres. 
Nos paramos en "Maitana, su punto de encuentro", allí estaban los que nos habían dejado atrás, yo bajé rápido al baño con un rollo de papel  en la mano, hice mi respectiva colita y seguimos, esta vez en una seudocaravana dispersa. 
Nunca había hecho un viaje en grupo, pero resulta que en mi ofi muchos son unos expertos, entonces tenían unos woki tokis muy serios, siempre los había asociado a un jueguito de niños, pero no, unos eran de marca Motorola y todo, aunque al principio sólo le vi una funcionalidad para chistes y matar el aburrimiento, más adelante me di cuenta que debo comprarme uno para mis "futuras aventuras".  
Sonaba un disco que pedí que me quemaran antes de salir de la ofi, el conductor iba haciendo un zapping de las canciones, justo cuando comenzaba a bailarlas o cantarlas las cambiaba violentamente, (es el dueño del carro) yo le decía cuando no aguantaba más "ayy dejaaa esaaa porrrr favooor" con el tono más agudo que podía, un ruego pues, él la dejaba. Luego volvía al zapping interminable, porque era un cd mp3 de muuuuchas canciones demasiado movidas o demasiado alternativas para el gusto de la gente del carro, yo lo admito, soy una intensa, pero conchale ¿ni No Doubt? ¿de pana? 
Me resigné, cada cierto tiempo iba cambiando mi posición en el puesto de atrás, pies encima de la cava, pies en el mueble, cabeza en la ventana, cabeza en el asiento de adelante, pies en la cabeza del conductor, si, ya después de unas horas uno pierde la vergüenza y por lo menos a mí, el calor en los pies me hace comportarme raro, sólo para refrescarlos. 

¿Por dónde vas?

"Cardenalito llamando a Aguila Toche" se escuchaba en el woki toki profesional, "oye ¿por donde vas?" "estamos frente a una pasarela" "Se pasaron, era por el otro lado" todos ríen, las colas más adelante no tienen sentido, cola en Valencia, colas detenidas por completo, intento reavivar mis conocimientos de geografía de bachillerato, es inútil, no sé cuánto falta y algo me dice que no debería averiguarlo, el calor es inminente, vemos a una moto pasar por arriba de una pasarela,  a un copiloto de camionero montado por la parte de afuera del camión, vendedores ambulantes, el aburrimiento me hace leer todas las vallas del camino. Quitan mi disco, respiro, se acabó el zapping por lo menos, llovizna, la chica que va de copiloto comienza a poner Caramelos de Cianuro, cantamos, no queda otra pues, faltan muchas horas. 
Llegamos a Toripollo, una pollera de dudosa calidad, la caravana dispersada llega por partes, me bajo corriendo al baño, la verdad es que esta condición de "vejiga hiperactiva" me ha hecho inmune a los baños sucios, soy toda una acróbata, entro, huele mal, piso empantanado, luz tenue, antes de que se completara el grupo fui casi 4 veces al baño, si, soy así. Llegaron, presto mi rollo de papel un par de veces, las chicas se horrorizan del estado del baño, me río, he estado en unos muuchos peores. Arrancamos, ya somnolienta comienzo a ver borroso del sueño, me despierto a ratos, "Cardenalito llamando a Gavilán", "mosca con el meteoro que viene por ahí", "mi gps dice que a la izquierda" "no, mi gps dice que es más adelante", como soy nerviosa decidí que no iba a angustiarme por el camino o las direcciones, me dormí. 

¿Cuánto falta? falta poco...

Llegamos a Apure, nos paramos en una gasolinera, un camión de Capriles tiene la cancioncita pegajosa que ponen en todos lados, una chica bastante extraña de lentes culo e' botella, una minifalda y camisa de Capriles está parada con algunos chicos al lado del camión, comienza a mover su pelvis, la miro de lejos, ella baila como si no le importara el mundo, el movimiento de su cadera me recuerda a cualquier video de Winsin y Yandel, ella baila sola y a destiempo, todos la ignoran, es muy gracioso en realidad. 

Me dan ganas de ir al baño, de nuevo, para mi sorpresa hay una señora típica de esas que cobra por su sola presencia en la puerta del lugar, ah y por un minipapelito rosado "del peor", pero no, ya no cobran "lo que puedas" o dejan el potecito ahí para que tú "si quieres" le des algo, no, ahora si no les das 3 bs no pasas, es terrible,  me indigno, me exijo a mi misma que sólo lo pagaré una vez, así tenga que orinar en el monte, entro y el piso está empapado, los inodoros sucios, todo es un chiste de mal gusto, salgo molesta, burlada ¿cómo es posible? 

Alguien llama a la señora del campamento "ella dice que ahora es que nos falta, que sigamos, que debemos conducir como una hora más", miro el reloj de mi teléfono: 11:00 pm, me pongo las manos en la cabeza, no puede ser ¿más? nos montamos en el carro, seguimos rodando, siguiendo al sabio GPS nos damos cuenta de que nos alejamos de la civilización, de repente el camino comienza a ponerse angosto, los woki tokis dicen casi al unísono palabras similares "¿Están seguros que es por aquí? esto está raro ¿llamamos al campamento?" nadie tenía señal, en ese momento comprendí la utilidad de los woki tokis. Seguimos rodando, oscuridad cada vez más absoluta, monte a la derecha, monte a la izquierda, "se ve una luz allá al fondo, es rarísima" dice uno de los chicos, yo me dije a mi misma que no era nada paranormal, como un fantasma o un ánima, pero no me lo creí y metí mi cabeza en el mueble, no quería ver, la verdad estaba asustada, unos metros más allá comprobé que era un farol, siempre he sido cobarde pues. 

12:30 am, aún rodando, el camino se vuelve intransitable, uno de los carros se queda atascado entre las piedras, nos bajamos a auxiliarlo, este proceso se repite un par de veces. Luego de un rato de rodar, llegamos, al fin, quedaba muy muy lejos el asunto. 1:30 am llegamos a la cabaña, nos damos cuenta que es literalmente un campamento y la habitación más grande tiene 13 camas, entro rapidito y agarro la única que no es litera, voy al baño de nuevo, salgo. Todos beben, celebran haber llegado, yo, que soy una vieja, pienso que no debería beber porque al día siguiente me toca aventura, recorro cada grupito del lugar con una cajita de dominó que encontré en una de las mesas "¿quieren jugar dominó? ¿quieren jugar dominó?" las miradas de desprecio no eran normales, yo me fui a la cama, porque el dominó era lo único que podía mantenerme despierta a las 2 am, después de tantas horas de viaje. Mañana será otro día, pensé, ignorando las risas que venían del jardín...






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